17 de marzo de 2010

Yusa: No soy de aquí ni soy de allá



No puedo escuchar hablar de la world music sin estornudar o ponerme en guardia. Esa etiqueta sin territorios, sin memorias, más parecida a un cambalache de biblias y calefones que a un mapa de explorador, nunca me sedujo. Ni siquiera con sus cuidados compilados que –no lo niego– bien usados podrían abrir una puerta impensada hacia aquellos territorios negados.

Pero el tema se puso más complicado cuando fueron los músicos, y ya no los sellos, los que empezaron a incorporar en su bagaje elementos de tradiciones ajenas y lejanas. “¿Qué hacer con esto?”, nos preguntamos al menos de Peter Gabriel para acá. Las músicas del mundo (si no queda otra, prefiero el plural y el castellano) trastocaron la forma de consumir música, pero también de crearla y de entenderla. Y muchos tuvimos que forzarnos a captar que había por ahí algo que nos estábamos perdiendo.

La cubana Yusa (La Habana, 1973) es una exponente casi de manual de esa nueva sensibilidad que vimos nacer. Multiinstrumentista (tocó el bajo con Santiago Feliú y Lenine, entre otros, estudió guitarra y tres, e interpretó todos esos instrumentos más los teclados y la percusión en su último disco, Haiku) y pasajera de géneros diversos (la nueva y la vieja trova, la MPB, el jazz-fusión, el rock, el pop, el funk y sus variantes), despuntó como solista a comienzos de la década ’00 cuando el sello inglés Tumi Music le editó su primer disco, Yusa, que le valió dos nominaciones a los premios de World Music de la BBC.

Una voz grave y consistente y un fraseo más cercano al pop (y a veces al jazz) que al de la música popular de la isla son sus credenciales de presentación. Yusa sortea el mayor riesgo al que se enfrenta –el del eclecticismo– con el magnetismo de su voz, la sencillez elegante de sus arreglos y la poesía sin pretensiones, honesta e intimista, de sus letras.

16 de marzo de 2010

Aymama: Como flor del campo


El primer disco de Aymama fue una sorpresa. No sólo en el plano musical, por lo que entregaba de sí en su primera grabación este trío integrado por Florencia Giammarche, Paula Suárez y Mora Martínez. También en el extramusical, ya que el disco (titulado simplemente Aymama. Folclore argentino) hizo una carrera quizás inimaginable por adelantado: Premio Gardel al mejor álbum de Nuevo Artista de Folklore; Premio Atahualpa al Grupo Vocal Instrumental en la categoría Nueva Hornada; nominación al Premio Clarín como Revelación de Folklore.

En él, con lo mínimo –tres voces, una guitarra, un piano y percusión– Aymama le imprime su sello a lo que parece un muestrario bien elegido de especies folklóricas de todo el país: un par de huaynos, un par de zambas, tres chacareras, unas coplas norteñas, una chaya, una milonga, un bailecito, una cueca, una vidala… Hasta el gualambao –creado y cultivado por el enorme Ramón Ayala– encuentra un representante en “Canto al Río Uruguay”. Di Fulvio, Leguizamón, Castilla, Núñez, Falú, Muller, Tejada Gómez, Marziali son algunas de las grandes firmas, entre las que se cuela la propia Suárez con tres logradas composiciones.

¿Qué tienen estas tres chicas que se cruzaron en las peñas del oeste suburbano para cautivar así a la crítica? Nada extraordinario. Un folklore sosegado, rebosante de frescura, delicadamente interpretado, sin un gesto de más ni una nota de menos. No demasiado osadas, pero jamás obvias. Las Aymama suenan nuevas sin afectación. “Como flor del campo, bien sencillita”, diría Raúl Carnota.

2 de marzo de 2010

Mariano Otero: Homenaje al gran Malosetti



Como creo que todos, tengo amigos que no serían capaces de diferenciar un bajo de una guitarra. Sin embargo, estoy seguro que si le menciono la palabra jazz algo surgirá en su cabeza, y ese algo se parecerá bastante a alguno de los tres o cuatro (o cinco, o seis) grandes dialectos, a los tres o cuatro grandes estilos que definieron lo que la gente entiende por jazz a secas: el bebop, el cool, el dixieland, alguno más a gusto del iniciado y, por supuesto, el swing.

De la misma forma, aunque nunca lo haya ejercitado, el swing –como estilo– está en el ADN de cualquier músico de jazz. Eso es lo que demuestra Mariano Otero en Desarreglos, su excelente último disco, un homenaje a Walter Malosetti nacido como una comisión del Festival de Jazz 2008. Para rendir el tributo, el contrabajista no “actualiza” en el más burdo sentido del término las obras del homenajeado. Hace lo contrario, se sumerge en su mundo musical, compone y arregla dentro de los parámetros del swing. Pero lo hace como ningún compositor de los ‘30 o ‘40 podría haberlo hecho.

Hay 70 años que transcurrieron, hay un mundo del jazz que estalló en mil pedazos desde entonces y desarrolló un lenguaje tan rico como complejo. Un lenguaje que Otero conoce de manera cabal. Así, lo que podría ser apenas un ejercicio o un divertimento se transforma en mucho más: en un nuevo canal de expresión, en una posible respuesta a la pregunta de qué tiene para decirnos hoy ese estilo.

Dijo por ahí, en una entrevista, que Desarreglos se pareció bastante a hacer una película de género. Buena definición. Pero habría que agregar que, como los mejores cineastas, Otero le da una vuelta de tuerca. Respetuosa, pero innovadora al fin. El trabajo tímbrico en “Avellaneda” (Otero) y en “Adiós Lala” (Malosetti), las melodías de temas como “El Maestro” (Otero), algún juego rítmico que aquí o allá aparecen, se salen del guión para, luego de señalar el contraste, volver a él.

Otero se rodea de parte de la crème del jazz vernáculo: Juan Cruz de Urquiza, Rodrigo Domínguez, Ramiro Flores, Bernardo Monk, Martín Pantyrer, Juan Canosa, Patricio Carpossi, Oscar Giunta. Como buen patrón de área, el bajista organiza desde el fondo un equipo capaz de definir por goleada en cada una de sus intervenciones solistas. La química entre los músicos, la relectura respetuosa pero a la vez original que Otero hace de Malosetti y su mundo, la celebración de un jazz que nos hace salir silbando de la sala construyen un disco que si no llega a la perfección, al menos la araña.