8 de abril de 2013

Raly Barrionuevo: El trono del rey de la selva



La primera vez que vi a Raly Barrionuevo, hace mucho, quedé prendido, más que por su música, por su presencia en el escenario. Me impactó la solidez del show, su capacidad para conectar con la gente. Supongo que no fui el único en pensar que nunca había visto a alguien que se pareciera tanto a León Gieco, ese hechizador de multitudes.

La última vez que lo vi, hace no tanto, me capturó su voz. Cuando apareció Raly, hace unos quince años, me resultaba muy almibarada. El contexto no ayudaba: el folklore empalagoso parecía contaminarlo todo. Pero, si bien sus temas tenían sin duda inclinaciones melódicas, los invitados de su primer disco (Peteco, Heredia, Coplanacu) sugerían que Raly estaba pasando de contrabando en una movida en la no encajaba del todo, o para nada.

Los años mostraron que el “folklore joven” (ay…) tenía muchos matices. A su vez, Raly supo desmarcarse con su toma de partido en causas sociales y políticas. A fuerza de mostrar que no era lo que querían que fuera, su voz pudo ser comprendida de otra forma. Pocos hombres en la música popular tienen esa dulzura y esa precisión en las inflexiones, como lo muestra el bellísimo y vintage Radio AM (2009), en que se calza el traje de cantor y recorre piezas de otras eras.

Si aquel era una reivindicación de los orígenes, parecía también preparar lo que venía, Rodar (2012), el disco menos folklórico de su carrera. Con canciones más cercanas al folk-rock de los 60 (armónica, guitarra slide, coros, bucolismo mochilero), es como si Raly se dispusiera a heredar de una vez el sillón del rey de la selva.

3 de abril de 2013

Juan Cruz de Urquiza: Indómito y luminoso



Si por algo funcionan los prejuicios es porque generan placer cuando se descubren ciertos. En ese sentido, Indómita luz (2012), el disco de Juan Cruz de Urquiza sobre música de Charly García, no hace más que comprobar lo que ya sabemos: que Urquiza es un trompetista y arreglador de nivel superlativo y que las canciones de García tienen una solidez, una vitalidad y una potencialidad prodigiosas.

“Indómita luz” viene, claro, de “Rezo por vos”. Siempre sospeché que esa línea era de Spinetta (no sé si alguien se tomó el trabajo de averiguar quién dijo qué en ese tema), pero hoy me resulta la más precisa posible para definir el genio artístico de García. Y también las versiones de Urquiza, que iluminan nuevas posibilidades sin perder del todo la indocilidad rockera. No solo en el arreglo: cada solo suyo es un dechado de sensibilidad y justeza.

Uno de las dificultades del jazz es que requiere una carga de erudición considerable para evaluar el trabajo del intérprete en función de lo que hace con el tema base, el standard. Cuanto más transitado, más difícil el reto. Ese código del género deja muchas veces afuera a oídos menos entrenados o –digámoslo—más perezosos. Por eso, chances como estas son de las que hay que aprovechar.

Nadie podrá endilgarle oportunismo a Urquiza, si consideramos que los propios originales –aunque poco transitados en el lenguaje del jazz— establecen un piso bastante alto. Si a eso sumamos que el resultado es sobrecogedor, bienvenido sea si abre un acceso al jazz con una que sepamos todos. Como diría alguien: “Pueden venir que quierán que serán tratados bien”.