Lo que más impacta de Caetano Veloso en vivo son sus impresionantes
cualidades vocales, su magnetismo personal y –cómo no– esa sensación de estar
frente a un pedazo enorme de historia. Si fuera solo un monumento, no estaría
nada mal. Pero Caetano no se conforma y, a sus 71 años, tiene la osadía de
seguir reinventándose a sí mismo y reinventando, de esa forma, las
posibilidades de la canción, la música popular brasileña y, por qué no, el rock
sudaca.
Su último disco, Abraçaço,
no sólo está a la altura de la trilogía –con Cê (2006) y Zii & Zie
(2009)–que vino armando con el acompañamiento de un trío de rock. Si como compositor
no tiene fecha de vencimiento –escúchense “A bossa nova é foda”, “Um abraçaço”
o la colosal “Um comunista”–, acá la concepción sonora con solo guitarra, bajo
y batería alcanza niveles inéditos.
Quizás sea exagerado, pero escuchando Abraçaço dan ganas de decir dos cosas. Una, que es un disco
perfecto. Dos, que cuando hace rock, aunque él sea un cuarto involucrado, Caetano
–como hizo Brad Mehldau en el jazz– reinventa el arte del trío.