2 de noviembre de 2012

Massacre: El deseo vivo



Grandote, popular, irreverente, conflictuado, envuelto en mística. Para muchos, para casi todo el público de Massacre, Ringo Bonavena, el hulk de Parque Patricios que casi despacha a Muhammad Ali en Nueva York, era un nombre al pasar, una presencia difusa en una anécdota de un padre, de un abuelo, en una efeméride televisiva. Desde el año pasado, Ringo es la figura que aglutina uno de los mejores discos de rock argentino del año pasado, firmado por la banda que encabeza el grandote, popular, irreverente, conflictuado y envuelto en mística Walas.

A muchos les parece mentira que Massacre lleve más de 25 años en los escenarios. Hasta El Mamut (2007), el discazo que los puso a girar en la órbita de los grandes planetas del rock, era una contraseña del mundillo under, pronunciada por skaters, punkrockers y demás habitantes de los pequeños mundos de la subcultura. Pero un día Massacre explotó. Hoy, consolidada entre las bandas más consistentes de la escena porteña, ocupan un lugar que quizás les resulta tan acogedor como incómodo. Llevan el adn del under, de todo lo que el rock podía tener de contracultural, de resistencia (no confundir con aguante). Pero se encontraron siendo una banda emblemática, masiva, radiable, vendedora.

El cambio vino, es verdad, con un cambio también en la manera de concebir su música. Pero sólo los más radicales pudieron ver ahí, forzándolo, un aburguesamiento. Que su música se hizo más cancionera, es verdad. Que se hicieron condescendientes, no lo creo. Mientras siga el autocuestionamiento (frente a la seguridad un poco idiota de mucho rock de acá… y de allá) y la poética turbada. Mientras perdure el poder corrosivo de ese glam tercermundista que recupera aquello que tenía el glam histórico, antes de que mutara en fetiche o cáscara vacía. Walas en el escenario, sus calzas y sus guantes, su sobrero y su tapado, sus pechos, su panza, su purpurina de sudor.  “Ningún invierno empieza si mantenemos vivo el deseo”.