Como un boxeador que busca ganar los cinturones de las distintas
asociaciones para decirse realmente campeón mundial, Falete logró calzarse las dos
coronas del flamenco: “Vuelve el rey y la reina del cante flamenco”, dice, y
claro, es muy factible que tenga razón. El rey y la reina en ejercicio es esta
figura robusta, de voz extraordinaria, que deslumbró en 2009 en su primera
visita al país y que llega ahora para certificar que puede ser el/la gran
cantaor/a del siglo XXI.
Nacido en Sevilla en 1978, Rafael Ojeda Rojas
desacomodó el tablero de la música andaluza con el éxito de su primer disco
solista, Amar duele (2004). Con los
que le siguieron –Puta mentira
(2006), Coplas que nos han matao
(2007), ¿Quién te crees tú? (2008) y
Sin censura (que sale por estos
días)– dejó de ser una revelación para atreverse por derecho propio a reclamar
el doble trono.
Falete es distinto por donde se lo mire: su sexualidad
ambigua, su magnética presencia escénica, su capacidad para dar con la nota justa
en versos en los que el desgarro y la sensualidad hacen causa común, su visceralidad
flamenca sazonada con tintes melodramáticos casi caribeños. A las rumbas,
bulerías y coplas, suma boleros y un abanico de canciones de las más diversas
extracciones –“Palabras para Julia”, “Se me olvidó otra vez” (el tema de Juan
Gabriel que popularizó Maná), “Procuro olvidarte”– a las que atraviesa como una
tromba de lágrimas, sudor, sangre y quejíos.
Resulta difícil de calibrar desde acá la complejidad de la ascendente
figura de Falete en la cultura española. Hay algo en Falete que parece no
encajar, que genera siempre un resto de inquietud y resquemor, que sacude las
certezas de una sociedad en crisis profunda por el desacople entre sus secretos
y sus apariencias. Quizás por eso hay allá una obsesión por descubrir cuánto en
Falete es un montaje.
Él jura y rejura que no hay una pizca de insinceridad, que
no es un producto del marketing. Y uno le cree. No porque su voz transmite una
verdad ancestral (como lo hace), sino porque uno intuye que esto no tiene por
qué ser contradictorio con su apariencia de maquillajes, mantillas y abanicos. Pero
cierta España, desgarrada entre lo que era y lo que creía ser, no puede ver en
Falete más que la distancia entre lo que supuestamente es y lo que dice ser.
Falete se vio más de una vez enmarañado en escándalos con unos
ex novios de pesadilla. Un tal Isaac, con quien proyectó casarse, saltó a las noticias
cuando denunció que fue secuestrado, pero después confesó que fue él mismo el que
se guardó (al parecer, para esconderse del cantante). El culebrón culminó con
un capítulo inverosímil: Isaac dijo que era heterosexual y que Falete lo había
embrujado para que creyera que era una mujer.
Luego vino Antonio, detenido cuando lo acusaron de robar un
auto a punta de navaja (el lío pasó porque, al parecer, fue una confusión). Toni,
stripper de profesión, y Falete rompieron
poco después y el primero volvió a los estudios de TV para asegurar que su
noviazgo era una montaje y (otra vez) que él era heterosexual. Este año Antonio
coronó su meteórica carrera con el desembarco en el cine porno al frente del
elenco de una película cuyo título incluye las palabras “Falete” y “mete”.
¿Importa acaso todo esto? No sé. Seguramente no, pero se me
antoja que el escándalo, voluntario o no, no es ajeno al arte de Falete. Quiera
o no, a través de él el sevillano se vuelve en ocasiones tan indigerible para
la España pacata como lo era el último de los gitanos en los albores del siglo
XX. Aunque el tiempo tirano de las pantallas de la tarde deje en un segundo
plano su excelencia como músico, hay algo ahí que mantiene vivo el fondo
revulsivo de un género nacido y criado en los arrabales de la cultura española,
en las cuevas y antros de mala muerte del sur.
Es por eso que nunca va a cerrar del todo, no por su
travestismo. Siempre será una presencia incómoda, provocadora, paradigmática,
una voz única también, por supuesto, pero que resume en sí misma mucho más que el
sentido de un par de redondas coplas.
* Esta es una versión de una nota publicada en Planeando sobre BUE.