9 de julio de 2013

James Cotton: Soplando desde la ciudad del viento



Quizás los canales de televisión no van a transmitir en directo. Pero toda la patria blusera sabe de la enormidad que significa tener en Buenos Aires a James Cotton, uno de los sobrevivientes de la generación de músicos crecida en las profundidades del Sur en la primera mitad del siglo XX.

Cotton se crio en un campo de algodón de Mississippi y quedó huérfano de niño. Mientras se convertía en un prodigio de la armónica, rindió todas las pruebas: bailes de mala muerte en Arkansas y Mississippi, espectáculos en la Beale Street de Memphis, inserción en la escena de Chicago (donde fue ladero de Muddy Waters). Hasta el renacimiento del género en los 60, del que fue protagonista.

Hay un tema autobiográfico en Cotton Mouth Man (2013) que se llama justamente “Él estuvo ahí”. Pero nada más lejos que Cotton de un dinosaurio aferrado a su gloria. Allí, no sólo los temas son casi todos nuevos sino que muestra que aún es capaz de hacer tremolar el instrumento y redefinir su estilo con dignidad.

Si algo caracterizó el sonido de James Cotton fue la virilidad, el aire soplado y aspirado tan brutalmente que no  daban abasto las lengüetas, al borde de la saturación (no casualmente su banda fue pionera en usar distorsión en la guitarra). En escena, supo ser un portento bañado en sudor.

Hoy debe tocar sentado, es cierto, pero, tranquilos, su fiereza no se ha apaciguado. Como lo muestra el nuevo disco –o el anterior, Giant, nominado a un Grammy–, mientras James Cotton siga en pista, Chicago seguirá siendo la “ciudad del viento”.

6 de julio de 2013

Eruca Sativa: Antes del estadio



“Todos están locos con Eruca”, me dijo alguien no lejano a Eruca Sativa, entusiasmado con el fenómeno que está cosechando, en apenas cinco años, lo que casi toda banda ascendente quiere recoger: triunfos en concursos y encuestas de radios y revistas y canales y suplementos especializados, nominaciones a premios, contrato con una multinacional. Todo muy rápido: a fines de la década pasada, Eruca era apenas una banda con esas resonancias un poco difusas que desde el ombligo porteño tienen los grupos del interior (de Córdoba, en este caso).

Lo que resonaba era La carne (2008), un disco de una sinceridad encantadora, pero apenas un ejercicio, una promesa, comparado con el tercero y último, Blanco (2012), tremenda obra, pieza de relojería infernal, sin un solo desperdicio.

Lula Bertoldi canta y toca mejor que nunca (ese desgarro, esa mueca burlona, esa rabia); Brenda Martin, versátil y virtuosa, muestra que no basta con portar un bajo de cinco cuerdas: hay que saber usarlo; Gabriel Pedernera, el relojero, sostiene a las chicas con pulso firme siempre esquivando obviedades.

No existe en el rock nada más vibrante que un power trío sonando al palo. Eruca está a la altura de los mejores. Con el grunge en el adn, condensan lo mejor del rock más recio de las últimas décadas, de Sabbath y Vox Dei a Divididos y Nirvana: riffs de acero, buenas melodías, cambios de ritmo, letras escépticas y furiosas.

Otra podrá ser la banda del momento en términos de masividad. Eruca es la banda que hay que ir a ver antes de que entren a un estadio y no salgan más.