10 de junio de 2011

Pedro Aznar: A solas con la canción



La gráfica de A solas con el mundo, el último disco de Pedro Aznar, es una proyección de su idea de la música. Sobria, elegante, informada (traducción de letras en inglés, afinación de la guitarra, ubicación del capotraste). Las fotografías lo registran en ámbitos ferroviarios (una vieja estación de estilo inglés, un vagón), acompañado de dos niños. Todos vestidos de época. Él con un jardinero y una guitarra, cual trovador de pueblo. Los chicos, mirándolo tocar. Los colores gastados y el tratamiento lumínico lo dicen todo: una melancolía dulce, una soledad compartida, el arte como forma de tránsito por la vida.

Pedro Aznar viene del rock, pasó por el jazz, quizás las dos músicas más libres y desprejuiciadas que dio el siglo XIX, y desde ese desprejuicio se vio seducido por todo el mundo de la canción, en donde las fronteras se desdibujan. Auscultar con delicadeza la sencillez de una obra de Violeta Parra o la poesía de Joni Mitchell es para él tan natural como calzarse el bajo y arremeter con potencia rockera algún clásico de los ’80.

A solas con el mundo va en busca de una relación cercana, casi artesanal, íntima, con un puñado canciones de otros (un “otros” que va –nada menos– de Calamaro al Cuchi Leguizamón, de Bob Telson a las coplas norteñas, de Harrison a Cazuza). Aznar tiene una comprensión del hecho musical que descoloca.


* Esta es una versión de una nota publicada en Planeando sobre BUE.