Palo Pandolfo tiene varios requisitos para ser un prócer del rock.
Figura inquieta en los 80 y 90 con Don Cornelio y Los Visitantes, modelo de
cancionista desprejuiciado en su continuidad solista, ya podría echarse a
retozar en los laureles. Pero a Palo el bronce no le adhiere. Quizás él mismo
se lo arranca para que no lo inmovilice, o se le cae a fuerza de seguir
explorando.
En el reciente Esto es un abrazo,
demuestra más que estar en buena forma. Demuestra que es posible todavía el
rock, incluso hablando de las cosas buenas de la vida, incluso con pliegues
místicos y guiños cultos. El disco tiene todo lo que cabe esperar de un artista
experimentado: melodías, estribillos bien cincelados; temas contundentes;
balance de intensidades; excelente producción. Además, Palo sigue siendo uno de
los mejores poetas de nuestro rock (“Soliloquio, sal demonio, no una nube ser /
camarines de tarjetas del anochecer / fotogramas ilustrados lo diagrama el
enterado / que el confort te debilita y toda esa papa rica”, escribe en “Dame
luz”).
Todo ese oficio no aplasta el pulso vital de Esto es un abrazo. Más bien potencia el ambiente festivo, trascendental,
radiante que exhalan sus letras bañadas de una luz omnipresente (“Soy el sol”,
“El leñador” y más), aunque tampoco desdeñe su don de cronista poético de la
realidad.
Pero tal vez lo más importante es que Palo es un tipo que vale la pena
ver en el escenario, más hoy, en que está cociendo con La Hermandad un nuevo
colectivo. Aún con –o especialmente por—su canto indómito, uno ve a alguien que
cree profundamente en lo que hace.