8 de junio de 2013

Palo Pandolfo: El bronce que no adhiere



Palo Pandolfo tiene varios requisitos para ser un prócer del rock. Figura inquieta en los 80 y 90 con Don Cornelio y Los Visitantes, modelo de cancionista desprejuiciado en su continuidad solista, ya podría echarse a retozar en los laureles. Pero a Palo el bronce no le adhiere. Quizás él mismo se lo arranca para que no lo inmovilice, o se le cae a fuerza de seguir explorando.

En el reciente Esto es un abrazo, demuestra más que estar en buena forma. Demuestra que es posible todavía el rock, incluso hablando de las cosas buenas de la vida, incluso con pliegues místicos y guiños cultos. El disco tiene todo lo que cabe esperar de un artista experimentado: melodías, estribillos bien cincelados; temas contundentes; balance de intensidades; excelente producción. Además, Palo sigue siendo uno de los mejores poetas de nuestro rock (“Soliloquio, sal demonio, no una nube ser / camarines de tarjetas del anochecer / fotogramas ilustrados lo diagrama el enterado / que el confort te debilita y toda esa papa rica”, escribe en “Dame luz”).

Todo ese oficio no aplasta el pulso vital de Esto es un abrazo. Más bien potencia el ambiente festivo, trascendental, radiante que exhalan sus letras bañadas de una luz omnipresente (“Soy el sol”, “El leñador” y más), aunque tampoco desdeñe su don de cronista poético de la realidad.

Pero tal vez lo más importante es que Palo es un tipo que vale la pena ver en el escenario, más hoy, en que está cociendo con La Hermandad un nuevo colectivo. Aún con –o especialmente por—su canto indómito, uno ve a alguien que cree profundamente en lo que hace.

5 de junio de 2013

Nana e Nada: Errare nanaum est



“El nanaísmo propone caminar con la cabeza al revés de la tierra sin caerse. Sin embargo la caída fortuita es pan de dios para el nanaísmo. Errare nanaum est. In capharnaüm nadandum est.” El Manifiesto del Nanaísmo es elocuente. ¿O no? Bueno, más o menos.

Nana es Myriam Henne-Adda, parisina que vive en la Argentina desde 2007. Acá formó una banda con músicos locales (Nada), reinventó las canciones que había compuesto en su intimidad francesa y las alineó en un pastiche que pasa sin solución de continuidad de la balada a la canción de cabaret, de la ópera a la cumbia, del pop al tango. Si el eclecticismo podría ser un viaje hacia la nada (la verdadera, la inconducente), lo evita –con creces— la imaginación desbordante y amorosa de cursilería y kitsch con que es trabajado cada tema. Lo evita el ingenio de sus juegos de palabras, la agudeza e ironía de sus observaciones, el desparpajo de Nana en el escenario.

Lo evita también que, como cantante, es versátil como pocas en la escena. Puede ser candorosa en “Bird”, sexy en “Je t’aime” u “Ojalá”, desgarrada y operística en “Love Louve”, frágil en “Pluma”, ridícula en “Chimichurri” (pronúnciese con r francesa: “chimichuggrri”, escúchese a ritmo de cumbia con sitar), llorona, solemne, desgarrada…

Con su primer disco, Volée (“cóctel salvajemente francés y cumbiero”), en la calle, la banda franco-argentina tiene nueva excusa para seguir montando ese show trilingüe, volado y bufo que desde hace un tiempo genera murmullos y simpatías subterráneas.

De nada.