“El nanaísmo propone caminar con la cabeza al revés de la tierra sin
caerse. Sin embargo la caída fortuita es pan de dios para el nanaísmo. Errare
nanaum est. In capharnaüm nadandum est.” El Manifiesto del Nanaísmo es elocuente. ¿O no? Bueno, más o menos.
Nana es Myriam Henne-Adda, parisina que vive en la
Argentina desde 2007. Acá formó una banda con músicos locales (Nada), reinventó
las canciones que había compuesto en su intimidad francesa y las alineó en un
pastiche que pasa sin solución de continuidad de la balada a la canción de cabaret,
de la ópera a la cumbia, del pop al tango. Si el eclecticismo podría ser un viaje
hacia la nada (la verdadera, la inconducente), lo evita –con creces— la
imaginación desbordante y amorosa de cursilería y kitsch con
que es trabajado cada tema. Lo evita el ingenio de sus juegos de palabras, la
agudeza e ironía de sus observaciones, el desparpajo de Nana en el escenario.
Lo evita también que, como cantante, es versátil como pocas en la
escena. Puede ser candorosa en “Bird”, sexy en “Je t’aime” u “Ojalá”, desgarrada
y operística en “Love Louve”, frágil en “Pluma”, ridícula en “Chimichurri”
(pronúnciese con r francesa: “chimichuggrri”, escúchese a ritmo de cumbia con
sitar), llorona, solemne, desgarrada…
Con su primer disco, Volée
(“cóctel salvajemente francés y cumbiero”), en la calle, la banda
franco-argentina tiene nueva excusa para seguir montando ese show trilingüe, volado
y bufo que desde hace un tiempo genera murmullos y simpatías subterráneas.
De nada.
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