La voz tiene esa resonancia ineludible de lo
arcaico. Pocas cosas –ninguna, en realidad– acompañaron al ser humano en su
trayecto musical durante tantos miles de años. Es difícil no pensar en eso
cuando uno escucha el último disco de Liliana Vitale y Verónica Condomí, Humanas-voces- (2009). En eso, y en el
nivel de compenetración que alcanzaron.
Pero hay que decirlo: la grabación no es más
que un registro pobre de lo que ocurre con ellas en el escenario. Si cada presentación
del dúo tiene sus momentos de adhesión automática (como las hermosas versiones
de “La estrella azul”, “Arde la vida”, “Doña Ubenza” o “Que ves el cielo”, por
citar solo temas incluidos en el disco), ninguno alcanza la magia de cuando
Condomí y Vitale improvisan.
Treinta años de (intermitente) trabajo a dúo
les dan una comprensión mutua que sólo experiencias de ese tipo dan. Y eso se
percibe en cómo una es capaz de apropiarse de un motivo de la otra y hacerlo
suyo; en cómo juegan –literalmente– con las posibilidades armónicas de un
contrapunto; en cómo una pequeña inflexión despierta todo un desarrollo en la
otra.
Acompañadas la mayor parte del tiempo con
instrumentos “primitivos” (tambores de cerámica, calabazas y madera, semillas,
palos de lluvia, udu, cascabeles, caja, caxixi) Condomí y Vitale suenan –aunque
parezca paradójico – tremendamente contemporáneas. Lo suyo no es ni un
escaparate antropológico ni música de relajación. Mucho menos virtuosismo
gimnástico.
Si algo conmueve es la sutileza y seriedad de
su propuesta. Son dos artistas cuya capacidad e ingenio están absolutamente
subsumidas a la creación. Escucharlas en vivo es como leer un tratado de las
posibilidades de la voz en la música popular.
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