6 de julio de 2012

Catupecu Machu: Hay rock




Optimismos aparte, no han sido grandes años los últimos para el rock argentino. Nuestros héroes son casi los mismos que hace dos décadas. Charly, Spinetta, Solari, Cerati y demás emergentes de los ’70 y los ’80. No es que no haya salido nada. Pero –por distintas razones– a las buenas bandas les cuesta destacarse y muchas de las que se destacan no son tan buenas bandas. Si con alguna no se cumple eso es con Catupecu Machu.

De 1994 a hoy, de a poco, con mucho laburo, se erigieron en referentes indiscutidos del rock del siglo. Mutaron –nunca se achancharon– mientras seguían siendo los mismos. Arriesgaron y en ese riesgo definieron una identidad. Sufrieron golpes y reorganizaciones (al punto de que solo Fernando Ruiz Díaz –y su hermano Gaby, como ángel tutor– queda de la banda original), pero nunca perdieron la mística de un colectivo.

Con Agustín Rocino en batería, Macabre en teclados y samplers y Sebastián Cáceres en guitarras y bajo, Catupecu está en uno de sus mejores momentos artísticos. El mezcal y la cobra (2011) ratifica las líneas que la hicieron ser lo que es, una banda distinta y popular a la vez. Un sonido sucio, crudo, confuso (en el buen sentido de que condensa una época donde las cosas estás cada vez menos claras), incendiario. Una voz que encarna al borde del quiebre una poética personalísima, repleta de símbolos y referencias, compleja, lejos –tan lejos– de las boberías que nos habituamos a tolerar.

Por si fuera poco, en el escenario es demoledora. El Luna Park de diciembre lo volvió a demostrar. Afilada, jugada, comunitaria y festiva, Catupecu se encuentra a sí misma ahí, en la potencia del vivo. Eso es el rock. Eso es una buena banda de rock.

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