El hasta ahora único disco de la Orquesta Típica Agustín
Guerrero, Resurgimiento (2011), abre
con un temazo llamado “La bronca del pueblo”. Cuenta Guerrero sobre el
escenario, con su voz rasposa y tan tanguera, que lo escribió al ver la
pueblada que se abatió sobre la comisaría de El Jagüel cuando Diego Peralta, de
17 años, apareció asesinado en 2002. Todo normal (un artista se inspira en un
hecho de su entorno), si no fuera porque, por entonces, Agustín Guerrero tenía
tres años menos que Peralta. Tenía sólo 14.
Cuando uno lo ve al frente de su orquesta, dirigiendo u
–ocasionalmente–asumiendo el rol de pianista (es un muy buen intérprete), lo
suyo produce una mezcla de admiración e indignación. Admiración, primero, por
la enorme riqueza de su música: su concepción contemporánea del tango arraiga
en un conocimiento histórico a priori insospechado por su edad. Así, no reniega
de la melodía pero tampoco de la disonancia, el quiebre en el tempo, los juegos
tímbricos. Admiración también por la habilidad para sostener una orquesta con
más de una docena de jóvenes músicos y por hacerla sonar con tremenda
solvencia. Indignación, claro, porque uno se pone viejo y que haga eso a los 24
años es casi una insolencia.
Pero, muy por fuera del fenómeno de su precocidad (formó
la Orquesta Cerda Negra, su primera agrupación, a los 17), Agustín Guerrero es
un artista formidable, como lo muestran la “Milonga” de su “Suite Salgán” (la
suite completa, en realidad) o “Resurgimiento”, la composición que cierra el
disco. Son piezas que deben ser escuchadas. Tarde o temprano, sí o sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario