“Sí… pero Lenin sabía a dónde iba”, queda mascullando el Astrólogo en
la primera página de Los lanzallamas.
La escena continúa Los siete locos, es
verdad, pero así, leída como inicio de la novela –como le gustaba a Soriano–,
abre un horizonte de adrenalina que bien vale el olvido. Para saber
revolucionar, hay que saber hacia dónde ir. Y Lenine –hijo de un militante
comunista y una devota católica– sabe bien a dónde va: hacia el corazón
musical del Brasil.
Sería exagerado decir que es un revolucionario. Pero no que es uno de
los mejores compositores de ese país. Más de 500 canciones dan cuenta de su
carácter prolífico. Su último disco, Chão,
evidencia además su inquietud constante. Es bastante más oscuro que los
anteriores, con temas cantados con la franja más grave de su registro y ajados
por el ruido, por loops y arpegios
deformes, por sonidos concretos. Es más experimental y, claro, más exigente en
la escucha.
Lenine nació en Recife, pero vivió casi toda su vida en Río. Por eso su
obra resulta, a grandes rasgos, del folklore nordestino, del samba carioca y de
la música del mundo filtrada por el tropicalismo, especialmente el rock. Pero en
Chão esas fuentes están más solapadas
que antes, lo que no deja de resultar curioso en un disco cuyo título significa
suelo, piso (como el de una casa) y, en la expresión chão de origem, tierra natal.
Lenine no tiene nada de ingenuo con las palabras. Hay ahí una síntesis
brillante de esa identidad mutante que es Brasil. El suelo, lo firme, la
cotidianeidad y el origen, se mueven y se alteran. En el disloque entre ese
título y esa música, Lenine sabe a dónde va. Va hacia el latido de su cultura.
Como dice en el tema que da título al disco: “Suelo: cabe en mi mano el pequeño
latifundio de su corazón.”
* Esta es una versión de una nota publicada en Planeando sobre BUE.
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