15 de abril de 2012

Juana Molina: Un instante de incertidumbre


Si Juana Molina es un ave esquiva en la exuberante fauna porteña cantautoral es por la seriedad y concentración –casi infantil, diría, si no fuera porque esa palabra puede tener involuntarias resonancias negativas– con que juega su propio juego. En ese juego, las cosas no son lo que parecen o, peor, son y no son a la vez: la sofisticación y la candidez, la confianza y la fragilidad, la complejidad y la simpleza, el riesgo y el retraimiento, el diseño y el azar, la juventud y la madurez. Cuesta terminar de entender en ella por dónde va la cosa.

Hay un dato cierto: poca bola se le había dado por acá hasta que en 2004 un crítico del New York Times incluyó Tres cosas entre los diez mejores discos pop del año, compartiendo vitrina con U2, Björk y Brian Wilson. Desde entonces, los prejuicios (positivos, negativos) se anteponen a su obra. Hay quien la acusa de posar, de ser un globo inflado por el esnobismo. Y hay quien la defiende atacando, mirando de reojo con mueca de superioridad. Ni una actitud ni la otra permiten terminar de reconocer en ella a la personalísima trovadora de lo privado que Juana finalmente es.

Un día, su último disco, salió en 2008. Gran disco. Potente como quizás no lo era JM desde esa rareza, que, en su poética, es Rara (1996). Bailable (oh sorpresa). Complejo y abrumador: la voz de Juana se desdobla y multiplica en coros disonantes, diluyendo las letras y la melodía principal como si no importaran. Como si fueran apenas uno de los trayectos posibles por los que atravesar la canción. Los otros: los arpegios loopeados de su guitarra, la perturbadora trama percusiva electrónica, la atmósfera densa e inasible que dilata los límites del tema y lo arrastra a lo largo, a veces, de más de 7 minutos.

El de Juana Molina es un universo de incertidumbre. Historias de derivas sentimentales, de dudas, de indecisiones. Casi siempre congela una imagen y retrata el momento anterior o posterior a la acción. Nunca sabremos si esa acción se consuma o se diluye. Nunca sabremos qué hubo antes o qué hubo después de esa imagen. El mundo se abre como una posibilidad ante quien esté dispuesto a mirarlo desde ese asombro. Los destinos nunca están cerrados ni el sentido concluido. Todo está por pasar, pero no pasa, o pasa fuera de plano, o ya pasó. La palabra o el gesto del otro, la conexión, la transformación.

Para colmo, esas miniaturas son en ocasiones verdaderas antiletras. Dolientes de cotidianeidad, coloquiales hasta el extrañamiento, naïves hasta lo sospechoso. En esas letras hay una clave de Juana Molina como artista. Una clave también de su música. La forma en que, negando la sofisticación, la ejerce con una soltura y una elegancia inobjetables.


* Esta es una versión de una nota publicada en Planeando sobre BUE.

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